I. Los Mapuches creían que sus antepasados vivían en el cielo nocturno. El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, lo saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses. Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos. Para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado. Tenían horror a la oscuridad que era signo de enfermedad y muerte.
II. En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre, y Licán, la hijita. Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño: una enorme estrella con una cabellera dorada. Estaba muy preocupado porque no sabía qué esperar. Aunque Caleu guardósilencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir qué podría significar el hermoso signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.
III. El verano estaba llegando a su fin y las mujeres fueron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío. Mallén y su hijita Licán fueron también a la montaña. Caleu les advirtió que volvieran antes de que cayera la noche y Mallén lo tranquilizó diciendo que si la noche les sorprendía, se refugiarían en una gruta que había en los bosques. Pero recogiendo los frutos las mujeres no supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por oscurecer. Asustadas, las mujeres fueron a la gruta cercana. Sin embargo, cuando llegaron a la gruta ya era de noche. En el cielo vieron la gran estrella con su cola dorada que se acercaba rápidamente.
IV. Cuando entraron en la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y a la Luna. Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer piedras del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado. Cuando pasó el terremoto, la montaña seguía estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso. Las mujeres revisaron a sus hijos, no, nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia la entrada de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas. “iMiren!" — gritó Malén, — “iPiedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo". Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos.